SIN DERECHOS NO HABRÁ PAZ SOCIAL.
Después de tantos meses soportando la mentira que sitúa a la austeridad y a los recortes como la única solución ante un permanente saqueo de nuestros fondos públicos, denominándole cínicamente crisis.
Después de comprobar, día tras día, que la única intención que oculta esa gran mentira es intentar convertir a nuestra sociedad en una masa esclavizada.
Después de cada decreto emitido por el Gobierno español, transmisor servil del dictado financiero, vulnerando el cumplimiento de unos derechos legitimados por la voluntad popular.
Después de comprender que toda esta serie de medidas antisociales supone un síntoma evidente de vivir desde hace tiempo en una etapa de guerra económica, planificada, aunque se evite señalarse como tal.
En consecuencia, la impunidad con que se financia y se reflota la corrupción de la Banca, liquidando las arcas públicas, encuentra su trágica simetría en la destrucción de la educación y de la sanidad públicas, así como de todos los sistemas de protección social.
La salud y el conocimiento sufren el acoso de un nuevo totalitarismo que va suprimiendo la posibilidad de una vida digna. Queda clara la intención de hipotecar el futuro de la población más joven, desasistiéndola y empujándola sin disimulo a la supervivencia.
Es pues una política genocida de amplio calado, programada para conseguir la segregación económica y racial. Por ese motivo se ha diseñado una reforma laboral ajustada a las demandas insaciables del empresariado. Trabajar se ha convertido en un privilegio mal remunerado, carente de garantías sociales y jurídicas. El objetivo es generar una mano de obra barata, sin cualificación y sumisa. O, simplemente, temerosa, acobardada por un código penal que se aproxima a las legislaciones fascistas.
Expectante queda también una judicatura parcial, arbitraria, para interpretar y aplicar unas leyes conforme al credo totalitario que no tardará en aparecer.
Esperándonos, desafiantes, aguardan unos cuerpos de seguridad para defender los intereses fraudulentos de este sistema corrupto, caduco, que nadie en su sano juicio debería justificar.
En realidad, nos tienen miedo. Más miedo del que aparentan ignorar. Cada día somos más quienes tomamos conciencia del problema y hemos decidido organizarnos para cogerle el pulso al tiempo en que vivimos, para idear el tipo de sociedad que deseamos: igualitaria, justa, verdaderamente democrática, sin exclusiones.
Debemos poner en práctica conceptos casi olvidados en el lenguaje común. Hay que familiarizarse con el efecto beneficioso que producen en su aplicación cotidiana palabras como desobediencia civil, solidaridad, contestación, apoyo mutuo, respuesta, boicot al sistema, autogestión, tomar la calle, insumisión.
Queremos hablar nuestro propio idioma, el de la igualdad, para aplastar de una vez al sistema capitalista, único responsable de esta grave situación que atravesamos.
Por ello resulta imprescindible la lucha en unión, sin tregua, para forzar la derogación de todas las leyes y decretos que atenten contra cualquier derecho.
En nuestra sociedad no deben tener vigencia ni un día más los decretos de las reformas laboral, educativa y sanitaria. Y, en consecuencia, no debería permanecer ni un solo día en el Gobierno del Estado español el Partido Popular, esa franquicia provinciana del gran capital financiero.
¡Coordinemos nuestras luchas, organicemos nuestra fuerza, tomemos las calles!
¡Acabemos con la tiranía capitalista y con sus leyes!
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