En ocasiones la multitud de luchas sociales y proyectos políticos existentes generan una situación de atomización y de división de la izquierda y las clases populares. Una imagen que se valora por su pluralidad pero que, en general, produce la nada positiva percepción de una total desconexión entre las luchas. Caso concreto es el de la reivindicación soberanista con la reivindicación social y obrera, que no solo se piensan, en Aragón, como desconectadas, sino incluso como privativas la una respecto de la otra. Interpretación probablemente malévola a la que por desgracia nos tiene demasiado acostumbradas cierta izquierda y que extrema el discurso hasta el límite para forzar una elección entre nación y clase con intención, esto sí, de excluir siempre la cuestión territorial.
Hay un cierto imaginario para el que la reivindicación cultural y territorial, de reconocimiento del sujeto político aragonés, no es más que una distracción sobre lo que se considera “más importante”. La soberanía es superflua, secundaria, no tiene relevancia ni incidencia real para las condiciones materiales de la clase trabajadora que, al parecer, es lo único que importa. Por ello, nos dicen, la lucha de clases está completamente desligada de la reivindicación soberanista que sería a su vez transversal y probablemente reaccionaria.
A muchas de nosotras, esta visión anticuada que pervive con asombrosa vitalidad, nos parece absolutamente fuera de lugar y de hecho nos espanta. Cómo no hacerlo cuando vemos tan claramente que la reivindicación soberanista lleva inevitablemente a la lucha de clases, cuando comprendemos que ambos conflictos se retroalimentan entre sí. No somos pocas las que entendemos la soberanía como una concreción específica de los derechos del pueblo trabajador. Creemos no con poco acierto que la lucha de clases como proceso constante se contextualiza de múltiples formas y que la lucha por la soberanía es una de las más importantes.
El obrero no necesita sólo pan y trabajo, su existencia no está tan brutalizada, tiene dignidad y es en ella donde encuentra sus mayores necesidades. Dignidad obrera es que los trabajadores no tengan por qué marcharse a vivir fuera de su pueblo o comarca, que no les echen. Dignidad obrera es también que la lengua popular de nuestros abuelos no sea día a día asesinada. Dignidad es que no vivamos en la mentira sobre nuestro pasado, que podamos reconstruir nuestra historia, que es esencialmente la del pueblo y que ha quedado olvidada u ocultada. Dignidad que se despliega en el derecho a decidir sobre nuestros propios recursos, que están en nuestra tierra y cuyos beneficios nos usurpan. Dignidad que nos roban si nos relegan a ser ciudadanas de segunda y solo nos llevan las infraestructuras que les interesa para obtener determinado beneficio. Dignidad que se recupera cumpliendo el derecho a ser tratadas igual que a las demás independientemente de dónde vivamos.
Todas estas luchas que afectan a la dignidad y a las condiciones concretas de la clase trabajadora son el desarrollo de lo contenido en el significado de soberanía. Para el pueblo trabajador aragonés luchar por su soberanía es jugar una de sus mayores bazas como clase. Este soberanismo, cuando se hace desde abajo y a la izquierda, es un misil lanzado contra el poder de la patronal y la burocracia capitalista. De hecho, hablar de soberanía en Aragón no es solo hablar de cultura y derechos históricos, es ante todo hablar de un proyecto económico y un proyecto de país. Porque cuando decimos “Derecho a decidir” no solo estamos hablando de la relación que queremos tener con el Estado, estamos clamando por el derecho a decidir nuestro propio proyecto económico, para conseguir superar la dependencia colonial y que no estemos condenados, como ahora, a ser nada más que el centro entre diferentes focos industriales y comerciales.
Hablar de soberanía en Aragón es plantear que el territorio debe estar vertebrado y que nuestras comarcas deben tener un futuro más allá de la forma en la que los procesos económicos centralistas del Estado las pueden explotar. Es hablar de construir un país sostenible donde por fin se acabe la macrocefalia zaragozana y retorne la dignidad a nuestros pueblos. Soberanía implica un movimiento propio, no es el reconocimiento de ésta por el Estado y el estatalismo, es la conciencia constante de que somos los y las aragonesas las que tenemos que encargarnos de nuestro territorio y que no podemos dejar que nuestro futuro como Pueblo quede tendido a las condiciones económicas que se nos impone desde fuera. Soberanía es el derecho a decidir que no somos un mero centro de distribución regional, derecho a decidir que no pagaremos la deuda ilegítima que los gobiernos del capital nos hicieron contraer.
No tengo miedo a afirmar, contando con todo lo dicho, que soberanía en Aragón es la materialización misma de la lucha de clases, una forma fundamental de abordarla. Pues autodeterminación no significa sólo quedarse o irse sino tomar el mando sobre nuestro propio país. Por eso es tan importante la existencia de un movimiento soberanista en Aragón, porque éste es la chispa que da vida a un pueblo y sin ella se encuentra perdido y sumiso a su oscuro entorno. Al fin y al cabo, independencia sí o independencia no es un debate que, para la izquierda, se debe plantear en términos de estrategia política pero, sin embargo, el debate sobre la soberanía es un debate que no debería tenerse, algo que para los y las revolucionarias debería darse por hecho.
Esta soberanía, que en un pueblo oprimido como el aragonés resulta indistinguible de la lucha de clases, es la que nos lleva a la necesidad de configurar un movimiento soberanista desde la base. El camino comienza este sábado en la capital, un día después del 20 d’Aviento, a las 12.00 horas, en las escaleras de la Diputación de Zaragoza.
Guillén González
SOA Baixo Aragón